Por qué no hablamos de inclusión desde la práctica cotidiana y no siempre desde la teoría. Sería un buen ejercicio para ampliar la mirada, no romantizando el proceso inclusivo, más bien aterrizándolo, para crear conciencia, desde el nivel central hasta las familias de los estudiantes, de lo difícil que es implementar programas de inclusión en la escuela con tanta exigencia administrativa, mediciones estandarizadas y comunidades poco informadas sobre las neurodivergencias o discapacidades.
Es prioridad que la voz docente se escuche y tenga eco en este proceso, somos quienes reciben y atienden a niños y niñas con diagnósticos poco diferenciales, somos a quienes se les exige día a día más y más capacitación para esta atención, sin considerar que el mundo y la realidad de cada uno de nuestros alumnos nos obliga a atender a TODOS por igual, ¿hacer excepciones y dar condiciones solo a algunos no es discriminar también?
Cuándo la ley protegerá la labor docente, si durante los último 30 años hemos perdido respeto, reputación, confianza de la comunidad y dignidad, cuántos docentes más deben llegar a padecer maltrato sin que NADIE alce la voz.
Creo que debemos darle una vuelta a lo exigido, comunidades inclusivas siempre benefician a todos los estudiantes, pero cuál es el costo para el docente.
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